Entre juguetes y sueños

Cuando eres niño pasan muchas cosas alrededor que no te das cuenta. Puede ser un capítulo importante de la historia de tu país, familiares que se han ido alejando u otras tantas que no comprendes y decides no querer saber nada. Un mar de situaciones pasan a tu lado y navegas en aquellas aguas turbulentas de tu infancia en un barco de travesuras acompañado de un grupo de amigos y juguetes como tripulantes que amenizan tus largas tardes de entretenimiento al haber terminado tareas escolares.

A pesar de tener una gran casa y usar diversos juguetes que se complementaban con los heredados de mis hermanos, siempre me preguntaba porque mi padre no estaba ahí la mayor parte del día y solo lo veía minutos antes de que me vaya a dormir. Él llegaba alrededor de las 9:00 PM, entraba a mi cuarto y saludaba a mi hermano y a mi para luego bañarse, cambiarse y quedarse en la cocina con mi mamá conversando mientras cenaba para finalmente irse a descansar y así iniciar a la mañana siguiente otra larga jornada laboral. Eso sucedía de lunes a sábado ya que los domingos veía como se quedaba dormido al leer las gigantes y voluminosas hojas de un periódico nacional, almorzar y contarnos chistes estando siempre al centro de la meza y finalmente ver algún partido de fútbol en la TV de la sala. No comprendía porque no decía que le dolía el estómago, la cabeza o invente alguna otra excusa y se quede un día conmigo. Aún así, nunca pregunté y lo acepté por lo que cuando él estaba en casa disfrutaba aquellos momentos de su más que agradable compañía.

Un domingo a finales de noviembre, dentro de aquel gigante periódico que ahora estaba dividido en varios ejemplares según el tipo de noticia, había llegado una revista de una conocida tienda por departamentos en donde ofrecían juguetes dando por iniciada la campaña navideña. Era el momento en donde imaginaba que podía tenerlos todos. Siempre me daban otros regalos, pero no me quejaba ya que terminaban siendo más divertidos del solicitado; sin embargo, en aquella revista, todo fue diferente a ver un juguete en particular: Una réplica de Optimus Prime en escala 2/10 con colores fosforescentes, la capacidad de transformarse en un gorila (en referencia a la serie "Beast Wars: Transformers") y lanzar rayos proporcionados por la energía de una pila. Sin miedo al rechazo y desafiando todo argumento relacionado con la realidad económica de mi hogar, lo pedí con una determinación digna de un adulto responsable en un momento crítico de su vida. Abrumado por la emoción y felicidad de mi deseo por aquel artilugio plástico, se lo enseñé a mi papá quien me miró y solo atinó a sonreír nerviosamente mientras veía los no menos importantes 3 dígitos de color rojo que acompañaban a la fotografía de tan impresionante artículo.

Terminé tan escandalosamente hipnotizado por el juguete que dormía con la revista añorando largas jornadas de entretenimiento en mi cuarto y le enseñaba la revista a mis hermanos y hasta terminado el año escolar no me cansaba de decirle a mis compañeros de aula que lo recibiría cayendo en la infantil pero tradicional discusión de "mi juguete es mejor que el tuyo".

Llegado el 24 de diciembre, pude ver como mi madre alrededor de las 8 de la noche bajo dos cajas y las puso alrededor del árbol. Mi emoción estaba a flor de piel, una algarabía de travesura inocente recorría mis venas y solo atiné a quedarme sentado en el mueble mirando el árbol cual guardián incansable mientras sigilosamente me fijaba en el reloj de pared y como las horas se hacían eternas. Sin embargo, me llamó la atención que yo sea el único en ese espacio y que mis dos hermanos mayores se queden conversando en su cuarto, el tercero escuche música en su walkman echado en cama y mi madre cierre la puerta de su habitación.

Siendo las 9 de la noche algo en mi cambió: dejé de mirar las cajas que acompañaban el pie del árbol y empecé a mirar más a lo que tenía alrededor. Vi aquel juego de muebles rojo que había acompañado a mi familia desde sus primeros años en donde mi existencia era muy lejana, la mesa larga con la vela de color navideño y aquellas lámparas muy pesadas que permanecían limpias en una esquina pero que nunca se usaban. Pensé en que si bien estaban muchas cosas (incluidas las cajas forradas con papel de regalo debajo del árbol), se notaba la ausencia de algo no menos importante: mi papá. 

Mi madre se aseguraba de que el pavo esté listo y fueron mis hermanos mayores los que entre juego y juego permitían que las horas pasen más rápido. Al ver a mi madre sentada en el mueble en silencio pude comprender que era lo que había más allá de luces intermitentes, adornos de plástico y dulces en la mesa. La no presencia de mi padre, aún a horas de ser navidad, si golpeaba a mi madre quien, con gran aplomo, sobrellevaba la situación con música en la radio y arreglando cosas en la cocina.

Por un momento estuve triste, desencajado, con la gran incomprensión de que pasaba a mi alrededor. Todos ya estábamos en la sala pero a pesar de ser 5 personas en una sala, todas parecían que estábamos solas, aislados en un rincón cuál islas inexploradas. En eso, como un heroe que irrumpe las fechorías de su contrincante, mi padre llega a casa a las 10 de la noche. Visiblemente cansado, solo atinó a dar un suspiro para luego abrazarme, cargarme y saludar a todos  haciendo que aquellas 12 horas de trabajo constante no lo habían magullado en lo absoluto. Comprendí, finalmente, que la navidad no se trataba del regalo que puede estar en el árbol sino en las personas que están en la mesa.

Al recibir las 12, mi padre y yo mirábamos los fuegos artificiales con mis hermanos. Él recibió la parte más grande del pavo y cuando tocó abrir mi regalo no recibí el muñeco que pedí pero sí uno muy parecido.

- Yo lo elegí. ¿Te gusta? - Dijo mi padre al mirarme.
- Me encanta. Gracias papá.

Solo atiné a sonreír, mirarlo y darle un abrazo que parecía interminable.

Aquel juguete se terminó volviendo mi favorito por muchos años y siempre lo mantenía cuidadosamente guardado para que no se dañe. La réplica de Optimus (cómo la que aparece en la foto del inicio de este relato) vivió por muchos años.

Al día siguiente, mi padre durmió hasta el mediodía y pudo jugar conmigo parte de la tarde. Fue agradable ver cómo compartía esos momentos conmigo los cuales no eran muchos no porque quisiese sino porque la realidad era muy dura y él siempre vio la forma de poder sacar el barco a flote. Años después, supe que había perdido su trabajo y realizaba trabajos a tiempo completo y en campañas a fin de poder tener un ingreso. Eso si, no descuidaba su conocimiento en banca el cual le permitió, unos cuantos años después, entrar al área de cobranzas de un banco en donde logró  mantenerse hasta terminar su larga carrera laboral. Creo que al verme disfrutar en aquella navidad de 1997 fue lo que le hizo apreciar que todo lo que hacía valía la pena, en no rendirse y siempre seguir adelante. Sin darme cuenta, ese día le di el mejor regalo a mi papá haciéndolo muy feliz.

Hoy, ya jubilado, mi padre descansa en un sillón mirando Netflix la mayor parte del día y se divierte viendo noticias. Como dato adicional, él ha visto más series y películas en dicha plataforma que todos mis hermanos y yo juntos. Mientras termino este texto, pienso en cómo será esta navidad en donde ahora la mesa solo estará para nosotros tres (mis padres y yo) ya que mis hermanos están continuando sus caminos de vida. Aún así, si bien me invade la nostalgia, prevalece la satisfacción de que todos de alguna forma estamos presentes en un año más que complicado en diversos aspectos y debo de estar mucho más de agradecido con ello. 

Miro como papá se queda descansando en el mueble y en cómo un pequeño sueño pudo haber logrado tantas cosas. Él junto con mi madre nos siguen permitiendo que todos nosotros sigamos soñando. 

Cambio y Fuera.

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