La esquina de la independencia


Cuando estás en la primera parte de los 20, la independencia llega a tu vida de una forma tan emocionante como abrumadora. Las salidas con amigos son más frecuentes, las limitaciones por parte de tus padres van bajando cada vez más y tienes el camino de tu vida ligeramente más claro. No todo es diversión, las responsabilidades también te esperan y si bien algunos amigos se fueron alejando, llegan otros a hacer el paisaje menos aburrido inyectando más emoción. Por cosas familiares, esos años en mi fueron algo diferentes a comparación con los de mi entorno pero no por ello menos entretenidos. Aún así, con o sin responsabilidades, hay algo que todo chico debe lidiar en aquella mágica y aleccionadora etapa: el tener citas.

No niego que producto de mi flojera se me complicaba un poco todo este proceso ya que el estar pendiente, escribir mensajes de texto, llamar y gastar dinero en diversas salidas con el sexo opuesto no sean las principales razones para disfrutar de mi tiempo libre, sino el pasar el rato con mis amigos. Me gustaron algunas chicas, no lo niego, pero usualmente me aburría en un par de semanas ya que prefería explorar calles en cualquier día de la semana u ocupar mis fines de semana tomando algo  y escuchando música por bares del centro de la ciudad. De todas las amistades que tuve en aquellos años, logré conocer a Fiorella quien era una alocada chica de gran corazón pero monumentalmente irreverente y creativa. Aquella personalidad cayó perfecto con mis irónicos comentarios por lo que la amistad nació desde el primer instante.

Alguna noche sabatina de aquel entonces, Fiorella y yo coincidimos en un bar y me presentó a Joanna, una agradable amiga que me terminó llamando la atención. Al yo tener la ventaja de ser amigo de su mejor amiga, los argumentos para aceptar que me acerque a conversar y bailar tuvieron mayor validez. En fin, conforme pasaron las horas, terminamos intercambiando números y una semana después salimos a caminar, tomamos algo y como jugando siempre nos escribíamos para saber cómo nos fue en el día. Sin querer queriendo estaba saliendo con alguien por hacer lo que mejor se hacer: nada. 

Sin embargo, no todo era color de rosa. La explosiva y confrontacional personalidad de Joanna hacían que tome cierta distancia. Era genial, pero ver sus cambios emocionales en 3 segundos hacían que piense en ver si tenía activado el botón de emergencia en mi celular para llamar a la policía. El ver como ella se molestaba porque el trago que le habían traído estaba mal preparado argumentando que "ella estudió hotelería y tiene conocimiento de tragos", me parecía pésimo. Además,  otro aspecto de mi vida que se vio afectado: las salidas con mis amigos. En conclusión, aquel ritmo y las actitudes de Joanna en todo lugar al que salíamos hicieron que empiece a alejarme lentamente en apenas un mes y busque ponerle fin a todo de la manera más amigable posible. Grande fue mi sorpresa que la situación no iba a ser tan fácil como pensaba.

Un viernes en la noche, Joanna me indicó para salir con unas amigas de ella y accedí. Sentado en aquel mueble colonial de un bar de Barranco en una mesa llena de copas de tragos multicolores, pude apreciar lo monumentalmente aburrido que estaba y en cómo mi presencia era más de un monigote que de alguien participativo. Las conversaciones sobre temas totalmente superficiales de las tres amigas hacían que esté en silencio y solo gesticule alguna sonrisa por educación. Cuando una de las amigas me pregunto por cosas tan invasivas como mi sueldo, el tamaño de mi casa y cuantos hijos quisiera tener (todo al mismo tiempo) me reí discretamente y les indiqué que iría a la barra por un trago.

Al llegar a la barra, el bartender me mira con tono burlesco y me da un trago:

- Yo no pedí esto. Le dije en tono retador.
- Lo sé, es cortesía de la casa. Además, necesitas relajarte al estar en ese ambiente.
- Muy notorio ¿no?
- Oye, mira todas las botellas que hay detrás de mí. Habiendo tanta variedad y teniendo inclusive una carta en donde aparecen muchas combinaciones elegiste una simple cerveza tradicional que puedes tomarte un lunes en la tarde en la bodega de tu casa. En la vida hay muchas combinaciones y solo tú decides cual tomar. No estás en el ejercito y nadie te debe impulsar a que vayas a... Vietnam. Son decisiones, todas se toman en base al contexto pero a veces es bueno ver más allá. La importancia de tomarlas en el momento correcto, ¿no crees?. Son como los tragos: los tomas, disfrutas y ya.

Mirando al regordete muchacho con un chaleco que le quedaba demasiado ceñido, pude entender que indirectamente me estaba dando un consejo. Tal vez no muy directo ni muy inteligente, pero si lo suficientemente creativo para comprender que si quería hacer algo tenía que decidirlo y que no bastaba no decir nada. Era momento de tomar un trago y decisiones.

Al regresar a la mesa, estuve nuevamente callado por un largo rato hasta que las chicas empezaron a irse y Joanna decidió que la acompañe caminando por las calles que estaban cerca al bar. En el trayecto, ella decidió hablar; sin embargo, todo lo que decía solo eran muchas más y más quejas:

- Deberías de usar más camisas...
- Deberías empezar a tomar más tragos combinados...
- ¿Por qué siempre sonríes?
- El local estaba como que muy caliente ¿no?. Dejan entrar a muchas personas...
- Si sigues con esa actitud, no podríamos estar juntos...
- ¿Has notado como se vestían las meseras?. ¡Ay! pero que digo, de hecho que sí. Todos los hombres son iguales y miran siempre...
- ¿Te diste cuenta que los tragos estaban mal hechos?. No sé si te conté que había estudiado  hotelería y sé cómo se hacen los tragos por lo que..

Mientras hablaba y miles de quejas iban saliendo, hubo una gran inmenso silencio en mi que me envolvió en un panorama negro. Me sentía tan incómodo que no entendía como alguien podía ser tan insensible y prepotente pensando que algunos simples conocimientos lo hacen superior a los demás y le da autoridad para menospreciar. Algo en ese instante se desprendió como un volcán incandescente que estaba listo a erupcionar y quemaría todo a su alrededor con un fuego de independencia, indignación y hartazgo. De pronto, sucedió: las palabras que se revoloteaban en la boca de mi estómago fueron expulsadas como aquel grito de libertad dicho por San Martín el 28 de Julio, un grito de gol como el hecho por Jefferson Farfán cuando Perú fue al mundial, un grito que quedó representado en unas cuantas palabras:

- ¡Mierda, ya!. Estoy harto. Quiero descansar un viernes, quiero usar la casaca así, es mi forma de ser. Odio las camisas, me gustan los polos. Es mi momento de tomar decisiones. ¡No quiero ir a Vietnam!

Bueno, reconozco que estuvo de más decir lo de Vietnam y no creo que San Martín haya gritado de esa manera al proclamar la independencia, pero la idea estaba más que presente. Me sentí liberado, relajado aunque un poco imbécil. En fin, lo más probable es que aquellos escasos cinco segundos en donde me paré y di media vuelta sin mirar nada a mi alrededor, haya sido una eternidad para ella. No miré atrás, no dije nada, mantuve la mirada fija hacia el frente, tomé el primer taxi que pasó y me retiré en absoluto silencio.

Aún preso por mi bronca, compré un six pack de cervezas en el camino y decidí llamar a Fiorella indicando que necesitaba hablar con ella. Sorprendida y convencida por la oferta de acabarse las botellas conmigo, me recibió en la puerta de su casa y decidimos caminar por un parque aledaño.

- No me sorprende nada de lo que me cuentas. Dijo Fiorella mientras tomaba un gran sorbo con risa burlesca mientras la miraba sorprendido por tanta convicción.
- ¿Desde cuándo lo supiste?
- Pues desde que ambos me lo contaron. Ella tiene una personalidad muy especial y tú, a pesar de ser algo paciente, tienes un límite y cuando este es sobrepasado explotas de tal forma que no hay marcha atrás. Tarde o temprano iba a pasar. Pero los deje, temía que se molesten conmigo o algo.

Sentado en aquella banca del parque en una noche fría miraflorina, las palabras y sonrisa de Fiorella terminaron por graficar algo que estaba entre líneas pero que ella no quiso mencionar. De alguna forma, al conocernos a ambos, vio cierta felicidad que no necesitaba ser estropeada por lo que eso justificó su silencio. A veces, pequeños gestos demuestran la grandeza de una persona.

Algunos días después, Joanna me bloqueó (con justa razón) de todas las redes sociales. Sin embargo, no le di mayor importancia y terminé regresando al mismo bar pero ahora acompañado de mis amigos con quienes bromeamos de todo. En la barra estaba el mismo barman por lo que decidí acercarme:

- ¡Me das un Jaggerbomb!.
- ¡Hey! esa es la actitud mi "broder". Ya más alegre, por lo que veo.
- Naah.... detalles.

Mientras miraba al rededor y me sentía más cómodo con el ambiente del bar amagando un baile, el muchacho me quedó mirando un momento y sentenció su juicio:

- No es tan malo, ¿sabes?.
- ¿Qué cosa?
- Que alguien se preocupe por ti y te diga algunas cosas. ¿Cuántos años tienes?
- Tengo 22...

Mientras llenaba el vaso, sonreía

- Te falta mucho, pero es necesario . Algún día te darás cuenta, pero hasta ese entonces disfruta y vive tus decisiones. ¿Ves a esa mesera de allá?
- Si...
- Tenemos 10 años de casados. Lo hicimos muy jóvenes pero somos felices. A ella no le gusta que use este chaleco, dice que me hace ver muy gordo, pero me gusta y lo hago por molestar. Bromeamos siempre de eso en las noches. Ahora ya no discutimos, la escucho y bromeo. Es la mejor salida para romper la tensión y aceptar cuando uno comete un error.

Al terminar de servir el trago y darme las gracias para atender a otros, me quede unos segundos mirando el vaso que tenía al frente intentando comprender que había sucedido. En ese entonces no le di importancia, tomé el licor y regresé a mi sitio. Años después, en una relación más seria, pude comprender lo que aquel muchacho me había explicado en unos cuantos minutos. La importancia de tomarse algunas cosas tan en serio y en ceder en términos justos.

Hoy, vestido con ropa deportiva montado en una bicicleta, paso por aquella esquina en donde hace muchos años sucedió "mi grito de independencia" y me doy cuenta como varias historias han nacido y se han cerrado en la misma. Joanna, imagino, debe estar feliz compartiendo su vida con otra persona que realmente la comprenda. Sin embargo, no se puede negar que esa esquina fue testigo de un capítulo más de su largo libro de experiencias. Es quizás esa esquina, como muchas otras, la representación de lo que es la vida y sus relaciones: El fin de una calle que puede ser el inicio de otra.

Cambio y Fuera

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