Sempiterno



Debería empezar este texto mencionando el inicio de su vida, el largo camino que vivío de adulta, las batallas ganadas y perdidas o de su enigmática fácilidad de generar sonrísas, pero creo que quedaría corto. Las palabras más rimbombantes adornarían un texto hermoso en honor a su belleza y a la calma que transmitían sus ojos negros, pequeños y achinados. No, no empezaré este texto con ello. Debería haber algo más, algo que haga honor a su memoria en estas líneas.

Probablemente hable de que cuando era niño, ella transformaba el escuchar aquel incómodo apodo familiar que se me asignó a algo no tan desagradable. Cuando salían aquellas 8 letras de su boca siempre se sentía un calor incomparable. Eso si, no niego que mis otros abuelos al hacerlo no hayan demostrado enérgica simpatía y cariño hacía mi, pero era la forma en la que lo decía que cuando recuerdo ese apodo la primera imagen que me sale es su rostro pronunciándolo mientras se sentaba en el lado izquierdo del mueble de la sala de su casa. 

Quizás, si quisiera ser más cercano a estos tiempos, se debería mencionar la vez en que me advirtió de una expareja mirándome a mis jóvenes y enamorados ojos pronunciado su inquebrantable juicio: "Ella no es para tí". En su momento lo tomé con ternura, con atención, pero no con el transfondo que merecían esas palabras. Aclaro que mi abuela siempre la trató con mucho cariño, pero admito que ambas no pasaron mucho tiempo juntas; sin embargo, fue lo suficiente para que ella vea e interprete no solo mi pasado y presente con aquella muchacha, sino el futuro y lo que deparaba.

Posiblemente hable de la última vez que la vi, sentada en aquella silla, con una imagen que preferiría no tenerla en mi cabeza, pero que es imposible arrancarla. Ahí, en medio de la sala, me agaché a mirarle y saludarla y fueron unos segundos en dónde me reconoció, sonrió enormemente y pudo transportarme en todas las visitas domingueras, que lamentablemente no fueron muchas, en donde pude sentarme minutos con ella y verla feliz apreciando como parte de su "íntima familia" (alrededor de 60 personas) se reunían en su honor. Luego, pude apreciar como rápidamente sus ojos y sonrísa se apagaban, como despidiéndose, caminando hacia lo lejos, volviendo a aquel trance en el cual estaba sumerjida. 

Su despedida fue, prácticamente, como ella hubiese querido que estemos todos en cada fin de semana: a puertas de un feriado, un fin de semana, riéndonos recordando cosas, pero unidos en medio de las diferencias. Apoyándonos en el almuerzo, en medio de una gran mesa, caminando juntos viendo como se ocultaba el sol hasta despedirnos.

Es tan poderosa su alma que, sin querer, escribí un texto pensando en como hacerle uno. Quizás esa fue su magia: el insipirarte en medio del silencio. Hoy, a la distancia universal en la que nos encontramos, las palabras de Juana Rosa siguen ahí. Espero que en algún momento, las escritas en este post lleguen en alguna instancia a ella haciéndola sonreir para abrazarla solamente unos segundos más que serían una eternidad.

Cambio y Fuera.

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