¿Qué pasó con los chicos revoltosos?
Los días en el colegio están matizados de diferentes colores y texturas. Pasé por etapas grandiosas, improvisaciones de entrar a un circulo social que detestaba para luego terminar en ser un chico que solo hablaba lo necesario en el momento justo. Aún así, en todo salón que estuve, siempre tuve la suerte de estar en el salón más revoltoso, palomilla y destructivo del colegio.
Mi primer día de clases no lo tengo muy claro; además, mis padres no me tomaron foto cuando me dejaron porque en aquel entonces no teníamos para un rollo de cinta y mucho menos para comprar una cámara. Eran tiempos difíciles en casa, situación de la que era totalmente ajeno. Sin embargo, recuerdo vagamente que mi primera cartuchera era un lápiz gigantesco de plástico que se rompió en mi regreso a casa al caer de la mochila en plena avenida Canadá y aquella lonchera amarilla de "Los caballeros del zodiaco".
Luego de ello, reconozco que sí me gustaban los primeros días, me levantaba más temprano de lo usual simplemente para tener una buena escusa en usar mis zapatos nuevos, estrenar el block colorido marca "Loro" y ver que niñas nuevas estarían en mi salón.
Aqui la lonchera. |
Luego de ello, reconozco que sí me gustaban los primeros días, me levantaba más temprano de lo usual simplemente para tener una buena escusa en usar mis zapatos nuevos, estrenar el block colorido marca "Loro" y ver que niñas nuevas estarían en mi salón.
Hay muchas otras cosas que siempre recuerdo de estar en el colegio: las interminables pichangas de educación física y la vez en que casi me rompe una rodilla el mejor jugador del equipo contrario ya que ese día pase de jugar horrible y ser un don nadie, a meter tres goles fuera del área en un partido previo a las olimpiadas por aniversario del colegio. Recuerdo la vez en que le rompí la nariz a un niño que posteriormente se volvió mi mejor amigo y que en realidad era el hermano menor del mejor amigo de mi hermano; las interminables comparaciones con mi hermano mayor y mi gran sentido de independencia en la adolescencia que hizo que me desligue de aquella odiosa cadena de hermandad y, finalmente, recuerdo a aquella niña argentina de tercer grado llamada Sandra que hizo que por primera vez sienta que mi cabeza no forme parte de mi cuerpo.
Lo que siempre me llamó la atención, era la alucinante capacidad de mis padres de poder conseguir todo lo que pedían en la odiosa lista de útiles. No sabían como ni de que se trataba aquel libro de "Comunicaciones y Lingüística" (que en realidad era Lenguaje) pero por intermedio del amigo de un amigo, encontraban una tienda en donde lo vendían a mitad de precio y totalmente sellado.
Al comienzo de año veía mi estante de cuadernos nuevos, bien forrados y útiles en perfectas condiciones. En Diciembre, siempre terminaba con un lapicero que había conseguido como regalo por estar en una charla o por la compra de un electrodoméstico, un lápiz tajado hasta la altura del borrador, un borrador pequeño con un hueco al medio y dos tajadores que conseguía no sé como.
Mi uniforme en la primaria consistía de las camisas que le quedaron chicas a mi hermano mayor, el clásico pantalón color gris que siempre se terminaba rompiendo por las maratónicas y épicas pichangas con pelotas de papel en el recreo, ademas de la odiosa chompa del colegio color celeste que siempre terminaba carcomida de las mangas. Al llegar a secundaria y cambiarme de colegio, fui obligado a vestirme como un muñeco de torta: camisa blanca con rayas azules (muy delgadas), pantalón azul marino y la odiosa corbata azul que siempre terminaba para ahorcar a un compañero. Debo admitir que en secundaria mi personalidad se volvió ya no tan extrovertida, sino de alguien más analítico y reflexivo, por lo que mis opiniones terminaban destrozando los deseos de mis adolescentes compañeros. Osea, era el "pincha globos".
"Cuando salgan del colegio, no saben como lo van a extrañar" decían los profesores de secundaria a aquel grupo de palomillas de ventana que conformaba la promoción 2005 del Colegio San Martín que terminó siendo mi segundo colegio. Digo segundo colegio y no segundo hogar porque, a pesar de conocer a gente muy querida a la cual sigo frecuentando, nunca me sentí como en casa. Eramos un grupo fuerte que, a dos meses de terminar el año, terminó resquebrajado por la terquedad de unos y por las palabras de otros. Teníamos los elementos básicos de todo salón: El negrito, el futbolista, la bonita, la fea, el gordo, el idiota, el inteligente, el pegalón y el callado. Un grupazo.
Como jugando, estoy a puertas de cumplir 10 años de haber dejado el colegio y aún frecuento a mis compañeros de promoción. Algunos realizaron sus sueños, otros cambiaron totalmente y también están aquellos que decidieron no cambiar y quedarse como estaban. Si bien los kilos e hijos de más no han afectado en lo más mínimo nuestra manera loca de hacer escándalos y reirnos de cada una de las historias que pasamos, nunca podemos estar todos juntos ya que hay algunos que siguen, misteriosamente, con aquel resentimiento injustificado y ya desfasado para ser unos jóvenes a portas de pasar el cuarto de siglo.
Veo a un niño que reniega ir al colegio como yo alguna vez lo hice. Sin embargo, sé que él olvidará todo ese desgano una vez que entre al colegio, haga nuevos amigos y se divierta en el recreo tanto como yo lo hice alguna vez.
En el colegio se unen personas con lazos casi tan inquebrantables que, al pasar varios años, no los logras comprender. Simplemente, los vives.
Cambio y Fuera.
["What became of forever?" ]
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