Minimalismo (o algo muy cerca de serlo)


Alberto se emociona al leer nuevamente la respuesta de Karen en aquella notificación color verde que aparece en su celular:

- ¡Buenazo!, nos encontramos allá.

Hace unas semanas coincidieron en una aburrida reunión de un amigo en común en donde este inauguraba su departamento. Ninguno de los dos fue con expectativas, pero esta sensación era más evidente en Alberto quien hace casi tres años había terminado una larga relación por lo que los temas amorosos, románticos y hasta perversas y despreocupadas jornadas sexuales le habían hastiado un poco. Quería avanzar y sabía que no necesariamente más personas y más lugares contribuían a en ello.

Ahí, en medio del olor a cigarro, sonido de botellas, vasos con chilcanos y con una meza llena de queso ya que todo el mundo se acabó el cabanossi, apreció la silueta de Karen, despreocupada muchacha pero de sutil y cadencioso andar que demostraba en su forma de hablar su inteligencia y belleza. Quizás los principales atractivos que, a determinada edad y madurez, un hombre considera casi como esenciales cuando realmente desea a una mujer.

No fue fácil el decidir acercarse a hablarle, pero una vez que lo hizo la conversación fluyo de manera poco usual y sorpresivamente agradable. Fue tanto lo inusual que llegaron a intercambiar números de celular y en los días posteriores empezaron a seguirse en redes sociales, a compartir memes, a hablar de forma más frecuente por unos días y todo ello fue el impulso necesario para que Alberto decida salir con ella el sábado siguiente.

- ¿Y ahora a dónde la llevo?
- Pues llévala a Barranco. Comen esos anticuchos debajo del puente y ya.

Respondí con clara sapiencia cuando, en un análisis muy profundo, me di cuenta que mi vida social era sumamente limitada y hasta menos atractiva que la del buen Alberto qiuen me contaba todo visiblemente emocionado. Sin embargo, por alguna extraña razón, este perfil me he convertido en una especie de consejero sentimental y erudito en resolución de los dilemas de mis amigos en los últimos tiempos.

- Pero ahí es muy caro...
- Llévala a la barra libre de Makis entonces...
- Mucha tragadera...
- Entonces, caminen por ahí y entren a cualquier bar en Miraflores
- Es que para lleno y no vamos a poder hablar...
- ¡Por la puta mare! ¡No importa el lugar sino que vas a estar con ella!. No te concentres en el sitio sino en divertirte con ella. Tranquilo. Ya tienes más de 30, no eres niño para estar en estas dudas.

Alberto se quedó en pausa, sorprendido, pareciese que un OVNI hubiese aparecido detrás de mi como en alguna escena cliché de pelicula estadounidense. De la nada, su cara cambia en una sonrisa, me mira con admiración, me agradece y da la razón para luego ir raudamente a su casa, alistarse y ver a Karen. Yo, al tener un rostro que habla más que mis palabras, trataba de entender que demonios había sucedido y que hasta el amague de aparición de aquel objeto interestelar hubiese sonado más lógico para la reacción que tuvo aquel muchacho.

Alberto llevó a Karen a un bar de Barranco muy cerca de la plaza principal. Lo curioso con dicho local es que él había estado ahí con amigos en largas jornadas de risotadas y hasta en cacerías solteronas dignas de despreocupados treintañeros haciendo que estas salidas no sean de su agrado. De pronto, sin explicación alguna, todo cambió cuando estuvo con ella. Los tragos sabían mejores, pero no tomó muchos, las conversaciones siguieron siendo interesantes y el resto de utensilios y decoración del local se volvió mucho más genial de lo que él recordaba. Al final y sin darse cuenta, había llegado a su objetivo mencionado en el primer párrafo sin hacer nada fuera de lo usual. Tenía mucha paz.

Cuando Alberto me comentó la situación semanas después, llegué a casa pensativo. Vi en mi cuarto muchas cosas que había guardado pero que realmente no usaba. Esta misma circunstancia pasaba en mis cajones de ropa, en colgadores maltrechos con casacas inservibles, correos en una bandeja de entrada de mi cuenta de Gmail con promociones nunca vistas y regalos de amistades (y hasta ex parejas) atiborrados en una mesa de noche.

Sin importarme que eran casi las 10 de la noche, procedí a sacar todo lo inservible. Así, al cabo de unas horas, el cuarto resultaba más espacioso, radiante, entraba la luz con facilidad y hasta me sobraba espacio. Claro, mi emoción por la limpieza extrema evidenciaría mi carencia de ropa por lo que la renovación de stock de medias y polos se volvió en una nueva tarea para los próximos meses.

El lugar era el mismo, pero la sensación y la compañía era lo que lo hacían mucho mejor. De alguna forma estaba igual que Alberto con Karen: mientras ambos disfrutaban la compañía del otro en cualquier lugar sin importar las condiciones, yo disfrutaba mi ahora remozada habitación. En ello, me acerqué al celular y veo que Ana, una chica con quien he ido saliendo en los últimos meses, me escribe y por alguna extraña razón y sin titubear la invito a salir.

- ¿A dónde vamos? - Me contesta con sorpresa -
- No sé, a dónde sea, pero contigo. Igual la pasaré bien. - Dije con solvencia y envidiable confianza.- 

En eso, me imagino una sonrisa en su rostro al leer el mensaje. De esas sencillas y gratificantes que me hacen atesorarla mientras conversamos y que quizás sea una de los principales motivos a seguirla frecuentando.

- Jajaja, está bien. ¿vienes?
- ¡Voy! jajaja.

Entendí que no importa el lugar, importa la compañía y que menos es más. Hasta los lugares que frecuentas o has frecuentado pueden parecer más agradables de lo usual. Simplemente calidad, ya no cantidad. Para ti Alberto, muchas gracias. El OVNI, al parecer, ha llegado a nuestro radar.

Cambio y Fuera.

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