Matrimonio
La copa de vino cae en la alfombra que está adornada con pedazos de platos de una vajilla odiada por ambos. Los vecinos escuchan y hasta entienden la discusión pero deciden ignorarlo retomando sus quehaceres aunque algunos encuentran jocosa la situación. Ahí, en el silencio de un departamento lleno no solo de cosas sino de tensión, Arturo y Pamela miran a la nada. Son las 11:00 PM y en aquel condominio en Surco el principal protagonista es un incómodo silencio. Pareciese que ya se hubiesen dicho todo, pero siempre queda algo más, no sé sabe qué o en el peor de los casos, ya se sabe qué pero no se considera mencionarse. Ambos no pasaban de los 35 años y tenían 5 años de casados, pero era tal el hartazgo que parecián de 60 y que tenían décadas de desatenciones y problemas.
La situación viene acrecentándose desde hace meses. Arturo cada vez está más enfocado en su trabajo y su vida diaria mientras que Pamela reclama más atención y tiempo cuando ella poco a poco se resigna a estar más fuera de casa ya sea con amigas, en el trabajo hasta altas horas o hasta conversando en redes sociales con aquel compañero que conoció por intermedio de una amiga que la tienta pero que no está segura de realizar algo. Al final, sea cual fuese el panorama, el llegar a casa y verse uno al otro era algo protocolar para luego terminar en la misma cama, sin hablar, esperando a que la otra persona se durmiera y luego tratar de descansar.
El sexo ya no existe, Arturo coquetea con compañeras de trabajo y Pamela encontró la excusa perfecta para explorar su sexualidad con juguetes que le permitieron descubrir nuevas formas de como quería sentir placer. Atrás y muy lejos habían quedado aquellas jornadas de pasión desenfrenada en la sala, en algún lugar inapropiado o hasta en casas de alguno de sus padres a escondidas cual calenturientos adolescentes. Ni siquiera habían abrazos, palmadas, roces, eran prácticamente dos roomates.
Pamela aprendió a cocinar para ocultar la rabia de verlo a Arturo la cual nacía sin siquiera tener sentido, simplemente lo veía y se incomodaba. Arturo se despejaba saliendo por un parque cercano a hacer deporte o coordinando alguna "pichanga" con sus amigos de trabajo o ex compañeros del colegio. Simplemente ya no se compartían momentos.
Sin embargo, cuando tocaba alguna salida protocolar ya sea de ámbito familiar o amigos en común, esos eran instantes en dónde la chispa se recuperaba por algunas horas. El alcohol, el baile, los ánimos de las personas alrededor y el calor del momento permitían besos que se sentían bien, pero que al llegar a casa terminaban sin la más mínima capacidad de reacción o intento de que perdure ya que alguno se dormía inmediatamente al sentir la cama.
Antes era fácil, no se hablaban y ya, ahora al estar casados, se tienen que ver en el mismo espacio físico y resolverlo. Una noche, Pamela es quien decide tomar la palabra y hacer que ambos se sienten cara a cara y puedan resolverlo:
- Estoy harta de todo...
- Yo también...
- ¿Qué deberíamos hacer? ¿Ignorarlo? ¿Hacer qué no pasa nada? ¿Eso es lo que quieres?
- Yo sé que quiero, aquí quién no sabe lo que quiere eres tú...
- ¿Qué tratas de insinuar? ¿Todo es mi culpa?
- ¡Ay, por favor!. ¿Tú crees que no me doy cuenta que paras tanto tiempo encerrada en el baño?. Todo hombre que ha pasado la adolescencia sabe perfetamente que no se puede estar tanto tiempo en el baño haciendo solamente sus necesidades fisiológicas. Además, hasta afuera se escucha el sonido de las pilas y el zumbido del plástico.
- ¡Al menos me hace disfrutar! ¡Tú ya no sirves para nada! Además, ¿qué te quejas?, paras coqueteando con todas las de tu trabajo por whatsapp. Así que "como hombre" te has dado cuenta de mis cosas, yo "como mujer" me doy cuenta de lo tuyo. ¿No soy cojuda sabes?
- ¡El cojudo fui yo por querer arreglar todo contigo cuándo estás completamente loca!
- ¡Al fin dices una cosa con sentido en todos estos años! ¡Si pues, estoy loca y tú eres un reverendo cojudo!
- ¡Tú eras la qué querías esto! ¡Tu mencionabas el puto matrimonio y, ¿soy yo el culpable?! Ni siquiera había terminado de vivir mis 20's y tú ya querías todo tan rápido, tan simple que hasta me olvidaba de vivir... ¡Toda esa mierda la he llevado cargada por años y no sabes cómo lo detesto!
- ¡Ah! ahora yo soy la mente maestra del desastre. ¡Gracias, eh! ¡Inmenso favor me haces! ¿O sea que por eso pensabas sacarme la vuelta? ¿ Por eso les escribías en la noche o a escondidas?
- ¡Deberías odiarme por que no te extrañaba y no quería hablar contigo! Al menos ellas me escuchan, tú no escuchas y siempre crees tener razón en toda la puta existencia. Es imposible escucharte decir "lo siento", "me equivoqué" o algo por estilo. ¡Siempre la culpa es del otro, nunca tuya y encima te comportas como una maldita asesina serial y quién recibe toda esa mierda soy yo al tenerte que verte toda la maldita noche quejándote de todo y no solucionando nada!
- ¡Al menos hablo! Tú eres un idiota que se queja en silencio, que soporta todo lo que pasa resignándose a pelear o decir algo para que aparezca la loca de su esposa a gritar porque este no tiene los huevos de reclamar. ¿Sabes como resolvimos lo del gas? ¿El recibo de tu celular? ¿la puta cuota del seguro? ¡Yo tuve que comerme toda esa mierda y tú solo decías que me calme cuándo era tu puto bolsillo el que defendía!
- ¡Yo tenía todo el tema resuelto y casí le pegas a una cajera! Si no ponía calma, nos botaban del local ¡Maldita desquiciada!
- ¡Pues te aguantas porque con esta "maldita desquiciada" te casaste!
- ¡Ya no quiero más! ¡Quiero que te calles!
- ¡Cállate tú, mierda!
- ¡Quiero que te largues!
- ¡Ya no te soporto!
- ¡Quiero recuperar mi vida!
- ¡Yo quiero que te mueras!
- ¡Quiero el maldito divorcio!
Aquellas últimas palabras fueron el epílogo de la discusión y nos trasladan al inicio del relato. Ahí estaban ellos, en la nada, en silencio. Con furia, con lágrimas, sin poderse mirar de frente pero con un dolor en el pecho tan fuerte que no se podía contener. En eso, fue Pamela la que decidió, otra vez, romper el silencio y decir unas palabras que pudo pronunciar a duras penas ya que la tristeza carcomía su garganta, le ahogaba en el pecho y hacía que las lágrimas salgan con muchísima facilidad.
- ¿Realmente lo quieres?
Arturo lloraba en silencio. Quería encontrar la respuesta, pero no la tenía. Una gran parte de él quería decir que si, pero había otra que no. Aquella ambivalencia prevalecia y cambiaba en cuestión de segundos. Fue en ese momento en que supo realmente que no sabía que hacer.
- ¿Hay alguna otra salida?
Pamela empezó a llorar sentada en el mueble. Se tomaba el rostro y trataba de acomodar el cabello sin encontrar respuestas. Arturo tomó su casaca y salió a caminar. Pamela se quedó dormida en el mueble, sola, cansada de todo. Era una noche de primavera limeña, sutiles corrientes de aire que hacen sentirte más ligero pero no con la suficiente seguridad de desabrigarte. Irónicamente, lo que ambos necesitaban era una primavera, pero en su relación.
A las 3 AM, Arturo regresa y ve a Pamela dormida en el sillón. Saca un cubrecama de un cajón y la tapa, él decide echarse en la alfombra que está al lado del sillón y decide descansar cerca. Todo queda en silencio. La madrugada termina con los dos ahí, juntos en un espacio pero separados por algo más, con frío, con tristeza. Era básicamente la imagen de su matrimonio en los últimos años.
Al día siguiente, Pamela despierta sorprendida por tener el cubrecama y ve a Arturo limpiando las cosas que fueron lanzadas anoche.
- Buenos días, Arturo
- Buenos días...
Se volvieron a quedar en silencio y se quedaron mirando. En eso, Arturo saca su celular y se sienta al lado de Pamela para mostrarle algo.
- Ella se llama Fabiola. Es Psicóloga, trabaja desde hace 3 meses en la empresa y le he contado muchas cosas de mi vida. Nos hemos estado comunicando constantemente y en muchas oportunidades ella me ha hecho entender varias cosas que no sabía que podían existir. Me hace sentir muy bien.
Pamela trata de no llorar y quiere entender el posible final de la conversación. Se le presentan varios escenarios en su cabeza, tantos que no recuerda ninguno y solo escucha el silencio y queda mirando fijamente a Arturo con mucha nostalgia. Tratando de no desmoronarse, solo puede decir:
- Es muy linda... muy linda...
En eso, Arturo le seca las lágrimas, la mira a los ojos y le da un fuerte abrazo. Luego se acerca nuevamente a su rostro y le dice:
- Me ha recomendado a una amiga. Ella hace terapia de parejas. ¿Lo quieres intentar?.
Pamela lo abraza y le dice que sí. Ambos saben que es la última chance, que no hay nada seguro, pero que pase lo que pase, lo harán juntos, algo que no habían hecho desde hace mucho.
Su historia pasa todas las noches en esta ciudad. Mientras usted pase por un edificio y vea algunas luces prendidas, es muy probable que muchos "Arturos" y "Pamelas" estén iniciando consiente o inconsientemente este interminable monólogo de increpancias que si bien todas pueden estar totalmente argumentadas, muchas veces hay pequeños detalles que nos negamos a ver. Siempre hay una alternativa, pero independientemente del final, es importante intentarlo. Nada, por más experiencia de vida que se pueda tener, está escrito en piedra y deba repetirse en diferentes etapas de nuestras vidas.
Cambio y fuera.
"If you don't have a problem with my problem, maybe the problem's simply co-dependency"
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