A medio mundo de distancia

Habiéndose cumplido el primer aniversario de la pandemia (quizás uno de los aniversarios más nefastos al recordar en la historia moderna) creo que es momento de hacer una confesión. Si, sé que este blog no es un diario, pero pienso que es un buen momento para contarlo. Lejos de criticar lo sucedido y aunque por momentos pueda parecer algo fuerte, esta historia es (dentro de todo) sobre algo  muy bueno que me ha pasado. Básicamente, se trata de aprender y el autoconocimiento.

Anteriormente mi día a día era muy monótono. Me levantaba a las 7:30 AM, corría a alistarme, llegaba al trabajo a las justas (aunque acepto con vergüenza que muchas veces mi tardanza no excedía de los 15 minutos) y muy apresurado me embarcaba en realizar mi quehacer diario adornado de reuniones y problemas ocasionales. Luego de ello, al finalizar la jornada, salía a buscar a mi entonces enamorada caminando por algo de 2 KM para luego caminar otros dos más si es que queríamos hacer algo por algún sitio alrededor. Algunas veces tomábamos un taxi para ir a pasear, pero la abrumadora mayoría de veces llegábamos a mi casa para que ella descanse y yo no (no me quejo, la veía cansada y me encantaba hacerlo). Era más mi enamoradizo espíritu el que asumía con normalidad todo ya que llegada la hora en la que debía de estar en mi cama totalmente solo, mi cuerpo se entregaba sin resistencia alguna. Podrían haber algunas variaciones, pero el sentido era el mismo.

Estaba cansado física y mentalmente pero no tenía la más mínima sospecha. Por algún motivo me confié en aquella persona que había elegido para mi vida y habiendo dado todo por sentado guiándome de las alegrías, no atendía la incomprensible tristeza que llegaba por momentos. Fue entonces que cayó la pandemia y pude ver como todos se quejaban de esta "nueva normalidad" cuando para mi era algo sumamente usual. Comprendí con vergüenza que el estar en casa mirando al techo, viendo memes, leyendo un libro o disfrutando de mirar el cielo desde mi balcón eran prácticas totalmente nuevas para muchas personas. Aún así, los tiempos difíciles no dejan de llegar.

He aquí el meollo del asunto: entre los meses de abril y mayo tuve episodios de depresión. Y digo episodios porque mencionar algo más completo como tener la enfermedad sería ofender a valientes personas que luchan con tal terrible enemigo silencioso. Habían noches en donde no dormía, lloraba de la nada, me sentía desganado de todo como si alguien me hubiese golpeado la cabeza y dinamitado mis alegrías, pero al estar al frente de mis padres, otros familiares o sesiones virtuales con personas del trabajo, una mentirosa sonrisa se dibujaba en mi rostro para sentenciar el acto con un "si, todo está bien".

Caí producto de la ansiedad de una enfermedad nueva, por sentirme alejado de todos, porque tenía problemas económicos que estaba encaminando y decidido a resolverlos, pero ahora se veían estancados. En aquel primer momento en donde reconoces que algo no anda bien y en donde solo deseas que te escuchen y no te juzguen, esa persona ya no está ahí y no desea estarlo. Aprecié en silencio como poco a poco las fichas de domino arrastran la desgracia avanzando en un cadencioso vaivén las caídas de posibles soluciones y en como a quien conocías, realmente no la conoces. Sin embargo, sigues creyendo que "todo está bien" y decides aceptar, mas no refutar. Aquel silencio cómplice lo usas como defensa, como un "evasor de conflictos", pero realmente solo los hace fortalecerse.

Un día, cual globo lleno de presión, ya no puedes aguantar más. Mi tío, producto de esta maldita enfermedad, fallece; los problemas económicos se acrecientan,  producto de la desconcertante coyuntura jalo por primera vez en mi vida una materia en los estudios (ni en el nido), el trabajo parece incomprensible y las lágrimas ya no caen porque ya no hay más. En eso, solo atino a querer conversar con alguien que creía cercano:

- Hola, ¿tienes un momento para hablar?
- Estoy ocupada. ¿De que quieres hablar?

Aquellas expresiones de "cuando me necesites, estaré ahí", "eres una buena persona, no dudes en llamarme" y demás frases alentadoras pierden total sentido acrecentando un oscuro y espinoso sentimiento en el pecho. 

- No, nada. Solo quería conversar.

De repente todo lo que estaba a mi alrededor perdió color y un silencio sepulcral domina el ambiente solitario por los siguientes segundos que se sienten como horas. Quizás, tan solitario como creías que estabas pero ahora lo confirmas. Duele.

Llamé a mi mejor amigo quien me dijo que estaba ocupado, pero que en 10 minutos se daría un espacio para hablarme y así lo hizo. En aquella llamada lloré como nunca lo había hecho, salieron lágrimas en cantidades jamás pensadas. Estaba harto de todo, de lo que hice, de lo que no hice, de lo que pude hacer, de lo que quería hacer y de lo que soy. Aquella catarsis monumental parecían de años, quizás de toda mi vida, pero todo ello fue apaciguado con las siguientes palabras:

- Esta bien que llores, no tengas pena. Exprésalo. No estás solo.

Fueron estas últimas palabras las que me hicieron comprender mejor la situación. Se pudo manifestar lo que tanto había hablado por los últimos cinco años y no se había cumplido: simplemente necesitaba ser escuchado. Decidí llamar a un experto del tema y fueron sus apreciaciones las que me dieron un panorama mucho más comprensible. Entendí que no está mal buscar ayuda, sentirse vulnerable, aceptar tus errores y querer ser mejor.

Conforme fueron pasando los días, me sorprendió que haya podido dormir más de tres horas. Puse una canción de mi banda favorita y sonreí como hace mucho no lo hacía y por alguna extraña razón salió el sol aquella tarde (ya era mayo, lo recuerdo muy bien). En los otros campos, mi tío es cremado por protocolos de  sanidad debido a la coyuntura, se dan señales de mejora en el tema económico y termino por matricularme nuevamente al curso jalado a fin de hacerle frente nuevamente pero con mayor ganas.

No sé que pasó, pero lo importante es que pasó. Lejos de caerme vi una nueva oportunidad, un nuevo inicio que me ha permitido llegar a este texto adornado de palabras, ganas interminables y decido, aún sabiendo que mi alcance no es mucho, que mis historias vuelvan a la palestra resucitado mi blog, aquel espacio íntimo dejado tontamente pero que me hacía y hace muy feliz.

En cierta forma, soy el mismo de ayer pero a la vez no. Una agradable contradicción pero que con el pasar de los días se siente menos confuso si lo interiorizas. Quizás quien fue el canalizador necesario de las alegrías que necesitaba era ver todas las mañanas en la sala a mi hermosa sobrina que, con una simple mirada o sonrisa, me demuestra que hay un mañana para todos, cosas nuevas por aprender y un abrazo sincero sin necesidad de decir palabras vale más que regalos por navidad, cumpleaños, viajes o anillos si es que todo esto no es valorado no por su monetización sino por la intención. Como diría Gustavo Cerati "Las cosas brillantes siempre salen de repente".

Hoy confieso a detalle lo vivido para que, a quien le toque leerlo, vea que no todo está perdido, que hay alguien siempre que está presto a escucharte. Hoy agradezco a quienes no me escucharon porque sé que con ellos no puedo contar para algunas cosas no porque son malas personas, sino porque no están hechos para ello. Hoy, mientras termino este relato, sale nuevamente una lágrima pero de felicidad por un nuevo comienzo.

Habla, no estás solo, nadie lo está y, si es que te toca estar del otro lado, escucha, no juzgues, comprende y no dudes en hacerlo cuantas veces sea necesario. Es ese instante el que te permite apreciar que no somos tan diferentes y algo incomprensible nos une: el ser más humanos.

Cambio y fuera.

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