La caja de pandora
Martín estaba parado en el marco de la puerta viendo como aquellas cajas vacías se habían llenado de varios objetos y de muchos, muchos recuerdos. A pesar de ser verano, por alguna extraña razón no sentía calor y lo único que aprecia frente a sus ojos es aquella caja de cartón reforzado en dónde antes había entrado un equipo de sonido y en como diferentes objetos era protegidos con periódicos, bolsitas y demás cosas para que no se rompieran en el trayecto:
- ¡Cuidado con esa caja flaco! Vale más que tu vida lo que hay ahí...
Aquella fue la frase que soltaba su padre al verlo bajar con cautela pero con visible esfuerzo que exigía a sus extremidades y sonrojaba sus mejillas proporcionalmente grandes a comparación de los demás y motivo de burlas de su hermano en su infancia. Aún con todo ello, su padre sonrió, lo miró con cara de satisfacción por haberse sobrepuesto a unos 20 escalones que separan el segundo del primer piso (con dos zonas de descanso, detalle no menor) y como ya toda la caja estaba en la puerta lista a ser llevada a su destino.
-¿Todo listo?
Menciona Diego de manera escueta al tener el carro ya prendido y metía la caja en la parte posterior cerrando con un fuerte golpe el portón.
- Si, hagámoslo rápido.
La respuesta de Martín fue corta, pero no menos contundente. Su padre cerraba la puerta de la casa y se despedía de Diego a lo lejos mientras sus ojos demostraban preocupación y se resignaba a entrar a casa.
Mientras Diego manejaba, le menciona a Martín que puede poner la música que le plazca sin obtener respuesta alguna. Un par de botellas de agua acompañaban el paisaje dentro del automóvil sin olvidar de mencionar el infaltable sencillo para pagar el peaje. En ese entonces, en medio del tráfico, el buen Diego menciona lo que había pensando desde antes de llegar a casa:
- ¿Estás seguro que quieres hacer esto?
Se formó un nudo en la garganta de Martín, quizás de aquellos que duelen hasta fulminar tus manos y no sentirlas. Sin embargo, sin mirarlo y solo viendo como en aquel módulo una trabajadora de la empresa concesionaria gesticula un saludo protocolar, Martín mueve los labios tratando de hablar pero solo se emite un sonido que es lo fuertemente claro:
- Si... y ya basta.
Aún sin manifestarse en totalidad, el mensaje a pesar de ser corto y disforzado en realidad fue lo suficientemente amplio para que Diego maneje sin volver a mencionar una palabra. Puso música, sonaba "Todas las hojas son del viento" de Spinetta y en silencio llegaron a Lunahuaná esquivando buses con turistas, feroces camiones y demás transportes formales e informales que solo se pueden encontrar en una peruanísima Carretera Central.
Se desviaron por un momento a ver un río. Como todo buen amigo, Diego cuenta una anécdota graciosa y logra sacarle una sonrisa a Martín animándolo considerablemente y hasta empezando a tomar fotos mientras se atesora el paisaje para luego sentarse en el pasto por un momento. Al terminar una risotada de ambos al recordar algún desliz de hace años, Martín mira a Diego y luego de unos dos segundos en silencio suelta una pregunta con monumental melancolía:
- Aquí es, ¿no?.
Diego siente el cambio emocional y le afecta, pero mueve la cabeza en señal de conformidad. Sabían que era el momento de abrir la caja, aquella muy pesada con tantos objetos pero con algo de misterio. En eso, se apresuran a sacar la caja (ahora ya menos pesada porque se carga de a dos), la pusieron al piso y la abren por última vez. Lo difícil vino después al atesorar ya en el fondo las fotos y demás recuerdos con Lucía. Fue desolador ver aquellos regalos que se quedaron en su cajón por una tonta necesidad de mostrarse rudo por aquel machismo incrustado de malas amistades. Aquella sensibilidad que en cada una de sus historias eran importantes y en como aprender a que un regalo no solo se debe entregar para celebrar alguna fecha especial, sino para simplemente demostrarle a la otra persona que se le quiere.
- Debí hacerlo antes. Mucho antes...
Fue lo único que pudo mencionar Martín mientras lloraba como nunca antes lo había hecho. Diego lo abrazó fuerte, el sonido del río complementaba el paisaje mientras él, en un noble y sencillo acto de sensibilidad, lo acompañaba en silencio. Después de unos minutos, se retiraron de aquel lugar dejando la caja ahí, en medio de dos árboles, mirando el río, cómo si no hubiera pasado nada cuándo pasó todo. Así, en unos minutos, tantos años de recuerdos, experiencias y vida quedaron atrás, en medio de la nada.
Por alguna razón el regreso se sintió más rápido, casi imperceptible. Martín y Diego bajan de la camioneta y se dan nuevamente un abrazo sin dejar de decir las típicas frases que demuestran cercanía y pactando otra posible futura salida. Al subirse a su carro, Diego recuerda la foto de Martín con Lucía el día de su matrimonio y en como miles de historias terminaron en una caja junto con todas las cosas que le trajeron del hospital en dónde ella y él se vieron por última vez. El COVID había consumido la vida de ella, pero no los recuerdos que tenían juntos desde hace 8 años.
Algunos meses después, en una puerta de embarque del aeropuerto, Martín se despide de sus familiares y de Diego ya que ha decidido partir hacia Madrid a vivir con su hermano, estudiar una especialización y ya no volver a Lima al sentir que no hay absolutamente nada que lo mantenga aquí. Ha decidido que por él, pero más por ella que lo amaba tanto, debe seguir su camino y vivir aunque esto implique estar muy lejos. Decidió continuar tal cual como ella lo hubiese querido.
Cambio y Fuera.
"I'll see you when I fall asleep"
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