Al grano

En la etapa de adolescencia hay varias imágenes que se te quedan. Ya sea el primer agarre oficial, la primera fiesta y borrachera con amigos, y entre otras cosas que cada uno ya sabrá. Pero lo que nunca nadie podrá olvidar, es la primera gran experiencia traumática con el espejo en una mañana.

En aquellos días me gustaba una chica (cabe menciones que cada dos semanas cambiaba de interés, así que no recuerdo como era) y estaba en todo ese plan de salidas y todo el gasto que compete salir con una mujer. Digo gasto porque ellas hacen su negocio: gastas como 50 soles en el cine (incluye cancha, entrada y taxis) para recibir un puto beso y una sonrisa picarona. Eso es estafa; maquillada si, pero estafa al fin. Pero con esta chica yo no había gastado nada (típico que no gaste) y las cosas fluyeron de una manera muy simple por lo que acordamos en vernos una tarde para conversar, caminar y pues ver que pasaba. En lenguaje adolescente: una salida para agarrar.

Aquella mañana. me levanté muy tranquilo, mis ojos están entreabiertos y mi cabello parecía el de Goku por lo desordenado. Me levanto para el lado derecho (hasta ahora), pongo mis pies sobre mis sandalias y camino hacia el baño, me lavo la cara, me rasco la cabeza, me miro al espejo y... ¡KABOOM!, 300 gramos de grasa acumulada en un folículo de la cara. Era inmenso, colosal, casi tenía brazos, piernas y bailaba lambada. En ese momento no sabía que hacer; no sabía si matarlo o ponerle nombre. Aturdido, me acerqué al botiquín de la casa intentando encontrar algo que pueda ayudarme, encontré especie de crema que no hizo nada. En realidad, no sé si la crema funcionaba, como que no tenia idea en aquel entonces que el uso de cremas hace efecto al pasar de horas y no es una bandita mágica que te pones y desaparece todo al instante.

Para rematar, tenía que ir a clases. Ya me imaginaba entrando al salón y escuchar los cuchicheos de todos los del salón y las risotadas que me esperaban. Me imaginaba parado en un escenario negro en donde el reflector solo me iluminaba a mi, y a mi inmenso compañero, y en donde poco a poco se empezaban a escuchar cada risotada marcándose en el ambiente (tipo caricatura) las letras "ja ja ja" de color rojo incandescente.

Gracias a Dios, siempre tuve (y tengo) un pequeño don artístico, por lo que lo use en toda su magnitud y me hice el enfermo para quedarme en casa. Logré mi cometido, ayudó mi actuación digna de un oscar y  principalmente el gran beneficio de haber sacado notas altas aquel año.

Había logrado huir de las risotadas del colegio, pero todavía el indeseable ser seguía ahí. Me pasé toda la mañana frente al espejo tratando de eliminar a tan indeseable ser que se había apoderado de mi cara. Para ser precisos, de la mejilla derecha. Y es que pareciera que los malditos supieran en donde salir sólo para malograr la pacifica vida de uno. No salen en la frente arriba de la ceja como para que lo tapes con el cabello, NO, ellos salen justo en un lugar en donde son más visibles y en donde más te pueda doler.

Parado frente al espejo, decidí eliminarlo. Atacar de frente al enemigo, o bueno... de mejilla. Eché cremas, usé agua caliente, lijé, pulí, enceré y hasta intenté perforar para que después de 20 minutos... tenga el grano más limpio de toda la historia. Ahora el maldito no sólo había crecido y tenía los brazos de Rafael Nadal, sino que estaba muy limpio y destacaba el muy desgraciado.

Ya eran las 3 de la tarde y la cita era alas 3 y media. Una vez más frente al espejo me miré y pensaba como tapar semejante abominación natural a lo que hice un pequeño apretujón y.. SPLASH!. Había fallecido el enemigo latente.

Debo reconocer que aquel estallido fue similar al del que tuvo la bomba de Hiroshima. Hubieron varios muertos. Aquel acto me sorprendió y me hizo sentir libre. El enemigo se había ido por el momento ya que sabía que volvería en cualquier momento, pero al menos estaba cubierto para esa tarde.

Feliz y sonriente de haber recuperado mi dignidad, me fui al lugar a donde me había citado con aquella chica. Ella llegó con el cabello suelto y pues eso como que me gustó. Hasta ahora no sé porque me gusta que la mujer use el cabello suelto. Justo cuando me acerco a saludarle, ella tenía un prominente planeta en medio de la frente casi tan grande como el mío. Sonreí un poco confundido (mucho la verdad) y decidí seguir la salida.

Tanto sacrificio en eliminarlo, para que el maldito aparezca al frente mio y me diga "sigo vivo". Recuerdo que en aquella cita hice lo que busqué, se podría decir que fui al grano. En todos los sentidos.

Cambio y fuera.

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