Ringo


Aquel 17 de diciembre del 2007, una bola de pelos estuvo en la palma de mi mano. Solo hace un par de semanas acababa de nacer aquel peludo compinche el cual me hacía sentir ridículamente feliz. Lo miraba, lo puse en una caja y me llenaba de ternura el cómo se estremecía de frio. Al no saber cómo alimentarlo, puse un pequeño táper con leche y pan remojado para alimentarlo. Lo comía de a pocos, pero al menos lo estabilizaba.

Al llegar el verano, y al ser uno de los últimos que disfruté en su totalidad, me gustaba meterlo a escondidas a mi cuarto y jugar con él en mi cama. A mis padres nunca les gustó que Ringo entrase a mi habitación a dormir o pasar mucho tiempo al considerar que era un espacio que necesitaba mantener cierta armonía y limpieza. Aun así, con mucha creatividad de por medio, el peludo compañero y yo nos la ingeniábamos para romper las reglas y que este se divierta hasta en la sala.

Conforme el tiempo pasaba, aquella bola de pelos fue creciendo más y más, las travesuras y juegos daban más risa, pero ya causaban ciertos problemas. No solamente por su considerable aumento de tamaño, sino porque su larga cabellera iba dejando rezagos por todo lugar por el que pasase. Es bueno mencionar que, si bien el corría, jugaba y me gustaba que me acompañase en aquella época confusa, es precisamente esto último lo que de una u otra manera se volvió un confesor y lo que hacía que nuestra conexión de amo-mascota se fortalezca. Quizás su principal gesto era sentarse detrás de mi silla, como cuidándome cuando comía y hasta se tomaba la molestia de escuchar mi música sin presentar queja alguna.

Un día, a consecuencia de llevarlo a cierta veterinaria para que lo bañen y lo trataron mal, la personalidad del amable Ringo cambió. En algunas oportunidades se volvió hasta impredecible ante algunos miembros de mi familia, pero no conmigo ya que siempre se me acercaba para jugar o que le haga cariño en cualquier momento del día. Sim embargo, aquella violenta y nueva actitud provocó que, a consecuencia del nacimiento de mi sobrina y el temor a represalias por perder su espacio ya asignado en casa, se tome la decisión de "no va más". Fue algo que provocó sentimientos encontrados ya que por más que se analizó mil y una de soluciones, lo único realmente sensato era que se tenía que ir porque las cosas estaban cambiando y que en cualquier momento Ringo podía hacer daño a alguien, inclusive a mi pequeña sobrina.

Se procedió a buscar muchas soluciones. Desde donarlo a la policía y hasta darlo en adopción, pero nadie podía acercársele ya que lo único que quería era estar con nosotros. Al no tener escapatoria y al atacar a alguien de mi familia, fue en ese momento que se tomó la fatal decisión: la inyección.

No estuve en ese momento y por más que me lo quisieron contar, yo sólo sentaba la cabeza, pero no escuchaba ni quería pensar en ello; lo único que pasaba por mi mente era como aquel peludo can pudo volverse parte de la familia, pero por circunstancias que cada vez se hacían más complejas, se tuvo que ir. Su plato rojo estaba debajo de las escaleras, como siempre, pero ahora lucía a la mitad, frío y sin la mayor esperanza de que se vuelva a llenar.

Algunos dirán "pobrecito, hiciste mal, no debió sufrir"; sin embargo, creo que no darle la atención que merecía, prohibirlo cada vez más de su espacio, no hacernos responsables de cuidarlo y arriesgarnos a que ataque a alguien para que pague las consecuencias de sus actos en frías perreras y exámenes tediosos, era sencillamente hacerle sufrir. Un gran perro como Ringo era un ser tan noble que merecía, ni por lo más mínimo, sentir desprecio, manipulación o castigo por un tiempo prolongado.

Ringo, nombre de mi Beatle favorito, fue el mejor perro que he tenido (a pesar de haber tenido varios). No sólo por poner esa cara de "perro sonso" o sacar la lengua como si se riera mientras escuchábamos mis canciones favoritas o le contaba como me fue en la pichangas con amigos de hace unas horas, sino por el simple hecho de acompañarme en mis cenas, despertarme con un lenguazo cuando tenía que ir a algún lugar y esperarme moviendo la cola en movimientos circulares cuando llegaba del trabajo. Ringo fue más que una mascota, fue un amigo. El mejor amigo del hombre.

Cambio y fuera.

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